El control del lavado de dinero es importante para la seguridad bancaria y nacional. Y no me referiré aquí a que sirve a la prevención de riesgos como los de cumplimiento, legales o reputacionales, que no es poco, sino a su importancia para prevenir el riesgo delictivo.
Imaginen un grupo que llega a una sucursal de un banco y perpetra un ataque lógico a un cajero. Sería ridículo que los mismos que vacían un ATM den la vuelta a la manzana y silbando regresen a la misma sucursal para ingresar en una cuenta esos mismos billetes, ahora sucios por producto del delito.
Sin embargo, existen otras posibilidades para que el mismo dinero acabara ingresando al banco víctima del delito. Podrían pensar en hacerlo pasar por ingresos cotidianos de un negocio que justifique abundante flujo de efectivo y cuya trastienda esté controlada por el grupo delictivo. Pero hay maneras más sofisticadas de blanquear y con tantas combinaciones de personas, sociedades, actividades, productos financieros y no financieros, tecnologías, geografías, monedas y activos digitales, como se les pueda ocurrir. Infinitas creo.
En materia de seguridad bancaria, una tradicional y buena manera de prevenir el uso del dinero directamente robado del ATM es el entintado de billetes. Esa sería la gran aspiración en el combate al blanqueo; poder marcar el dinero sucio. Lo cual, además, disuadiría y dificultaría el delito bancario de origen. El dinero físico manchado por tinta, aunque se mezcle, se sigue detectando. Con el dinero electrónico eso es más difícil.
Inteligencia y análisis
Pongamos ahora el ejemplo de la famosa banda de la Riviera Maya que, según la investigación periodística de OCCRP (Organized Crime and Corruption Reporting Project), con su negocio de skimming y clonación de tarjetas llegó a ganar 240 millones de dólares al año. Con los alcances que dan la frialdad y tales montos, en 2014 se infiltraron incluso como proveedores de un banco al que suministraron una red de cajeros modificados para vaciar las cuentas de los turistas que los habían usado. Esperaban un tiempo y viajaban a otros países para usar las tarjetas clonadas. Así operaron durante bastantes e impunes años, blanqueando a su vez cantidades ingentes de efectivo.
Impunes hasta febrero de 2021, cuando la Unidad de Inteligencia Financiera (UIF) bloqueó 79 cuentas y luego en mayo, gracias a su denuncia y la coordinación con la Fiscalía General de la República (FGR), el Centro Nacional de Inteligencia (CNI) y la Secretaría de Marina (Semar), se detuvo al presunto líder de la banda.
Es decir, no cayó en primera instancia por los múltiples señalamientos que atesoró por presuntos fraudes, corrupción, intento de homicidio, extorsión, portación ilegal de armas, etc., sino por la investigación sobre flujos de información y financieros. Una investigación en coordinación con la Comisión Nacional Bancaria y de Valores (CNBV), los sujetos obligados por actividades vulnerables y, por supuesto, el sistema financiero. Obviamente, el efectivo que retiraban con las tarjetas clonadas lo transformaban.
La UIF detectó miles de transferencias nacionales e internacionales más 20 sociedades relacionadas con esta trama. En apariencia, el dinero se lavaba a través de la inversión inmobiliaria, y posterior renta y venta de los inmuebles, y en cuentas en cuatro continentes. Así que lo que ayudó decisivamente a frenar a esta estructura fue la inteligencia financiera y el análisis criminal. Esto es, por encontrarse elementos suficientes del delito específico de lavado de dinero, tales como la triangulación de recursos, transferencias millonarias e injustificadas y su conexión con delitos de fraude.
Hay que seguir trabajando fuerte, coordinándose y apuntando bien, porque el lavado de dinero no es solo lavado
Fraude y otros delitos
Hace poco, un colega mexicano de seguridad bancaria, par en otro banco y eminencia en las cuestiones de investigación, me mostraba en una red técnica cómo se mezclan con naturalidad los fenómenos de fraude y lavado. Las organizaciones especializadas en lavado de dinero tienen la oportunidad de expandir su negocio a medida que aprenden de las actividades criminales de sus clientes.
Una banda que utilice cuentas mula abiertas con identidades usurpadas, y las maneje de forma centralizada e incluso automatizada, ya tiene la infraestructura y bastante conocimiento para hacer fraude mediante robo de identidad. Y entonces se dirigen directamente contra el banco y sus clientes. Si han podido hacerse pasar por cualquiera para abrir cuentas y transitar por ellas recursos, ¿por qué no hacerse pasar por un cliente real y quitarle sus recursos?
De manera análoga al mundo empresarial legal, los negocios se expanden. Del mismo modo que un Amazon dedicado al comercio electrónico decidió abrir un super, Walmart vende productos de su propia marca en sus supermercados. Un día, a Uber Eats le podría resultar beneficioso montar restaurantes y a Rappi, bodegas.
Y otros negocios también les puede interesar la integración vertical. En este caso, a los negocios ilegales. El blanqueador puede aprender la operación de otros delitos y replicarlos. Y en un mundo en el que el crimen también está en plena transformación digital, el negocio del lavado de dinero parte con ventaja porque lleva bastante en ello.
Igual que se habla del crimeware-as-a-service, se habla del money laundering-as-a-service. Y ya no son solo cuentas mula que se ofrecen en la dark web. Son servicios combinados de, por ejemplo, e-wallets, crypto ATM, plataformas de intercambio de activos digitales y productos financieros tradicionales contratados por múltiples sociedades en distintas jurisdicciones.
Probablemente, se irán combinando más y más soluciones –vulnerables al lavado como lo son tantas otras–, como, por ejemplo, una forma de inversión digital llamada crowdfunding (financiamiento colectivo). Hay que decir que en México y España esta figura ya es sujeto obligado a través, respectivamente, de la Ley Fintech y de la Ley de Prevención del Blanqueo de Capitales y de Financiación del Terrorismo (LPBCFT). Pero esto no ocurre en todos los países.
Es de esperar que, en un mundo más digital, el ciberlavado aproveche cada vez mejor las asimetrías regulatorias, la creciente multiplicidad de plataformas de pago y las técnicas de la industria del fraude, tales como la anonimización o las tecnologías que tratan de engañar a los motores de riesgo transaccional (spoofing). También es de esperar que la industria del lavado amplíe su negocio. Y no es que esta industria gane poco; investigadores sostienen que las comisiones por lavar pueden llegar al 50%. Pero prima el crecimiento y es previsible la evolución del lavado a nuevas formas de criminalidad o hacia partnerships con otras organizaciones que demandan de forma creciente este servicio.
Para rematar este momento de auge, la pandemia dejó a merced de la industria del blanqueo una gran cantidad de empresas. Empresas con buen historial, ahora vulnerables a la inversión de rescate y, por tanto, a la infiltración o el control criminal, financiando así la desgracia del empresario y permitiendo mejores oportunidades de lavado.
Lo cual tiene un efecto destructor añadido en el tejido empresarial, ya que, como señalaba Roberto Saviano en su artículo La usura en tiempos de pandemia: cómo las mafias asfixian la economía publicado en El Mundo, los negocios comprados para blanquear no necesitan su antigua rentabilidad legal y se pueden permitir bajar los precios lo suficiente para hundir a su competencia legal. Y entonces, comprarla también. Y con esas nuevas capacidades, ampliar su cuota de mercado. El efecto criminógeno del lavado de dinero es cosa seria.
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Si deseas leer el artículo completo de David Romero, director de Inteligencia y Seguridad Corporativa de Banco Sabadell México, lo encontrarás en el número 18 de Segurilatam.