Desde que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró, en marzo de 2020, que la enfermedad por COVID-19 podía caracterizarse como una pandemia, han ido apareciendo diferentes términos asociados a la misma. Entre ellos, el de COVID persistente.
¿Qué es la COVID persistente?
También conocida como COVID prolongada, síndrome COVID crónico, long COVID o síndrome de COVID postagudo, la COVID persistente es una afección presente en personas que han sufrido la infección por el coronavirus SARS-CoV-2.
En cuanto a su definición, consensuada por pacientes, cuidadores y expertos internacionales, ha sido recogida en un artículo publicado en The Lancet. Según el mismo, se trata de la condición que ocurre en individuos con antecedentes de infección probable o confirmada por SARS-CoV-2, generalmente tres meses después del inicio, con síntomas que duran al menos dos meses y no pueden explicarse con un diagnóstico alternativo.
Se estima que entre el 10% y el 15% de quienes han padecido COVID-19 pueden presentar COVID de larga duración. Y esta última también afecta a los menores de edad.
¿Cuáles son sus principales síntomas?
Generalmente, la COVID persistente tiene un impacto en el día a día de las personas que lo sufren. Según el Ministerio de Sanidad español, sus principales síntomas son los siguientes:
- Cardiovasculares: ritmo cardíaco –sobre todo, taquicardias–, presión arterial, varices, trombos, dolor torácico –angina de pecho–.
- Dermatológicos: picores, urticaria, exantemas, cambios en piel y uñas, alopecia, perniosis, nuevas alergias.
- Gastrointestinales: dolor abdominal, molestias/dispepsia, reflujo, intestino irritable, anorexia, diarrea, estreñimiento, disfagia.
- Inmunológicos y autoinmunes: nuevas respuestas inmunes o aumento de las existentes, nuevas alergias/intolerancias a alimentos o fármacos.
- Musculoesqueléticos: dolores osteomusculares y articulares, espasmos musculares, presión torácica, debilidad muscular, sarcopenia.
- Neurológicos: deterioro cognitivo, mareo, pérdida de memoria, niebla mental, alteraciones del lenguaje, alteraciones de la sensibilidad (parestesias), trastornos del sueño, cefaleas, alteraciones del gusto o/y olfato, alucinaciones, visión borrosa, cuadros confusionales, parálisis facial, disautonomía.
- Otorrinolaringológicos y oftalmológicos: parálisis facial, ojos secos, visión borrosa, dolor de garganta, disfonía, acúfenos, vértigo.
- Psiquiátricos: ansiedad, bajo estado de ánimo, depresión, trastorno de estrés postraumático.
- Pulmonares/respiratorios: disnea, tos seca, estornudos, alteraciones en la saturación de oxígeno.
- Reproductivos, genitourinarios y endocrinos: alteraciones de la menstruación, relaciones sexuales, función de la vejiga urinaria hiperactiva, debut diabético y alteraciones en tiroides.
- Sistémicos: cansancio, fiebre o febrícula, debilidad, sofocos, sudoración, exacerbación tras el esfuerzo y pérdida ponderal.
En el caso de los síntomas persistentes de COVID pediátrica, entre los más comunes figuran la fatiga, problemas cognitivos, irritabilidad, falta de atención, dolor de cabeza, etc.
¿Qué se puede hacer para prevenirla?
Con el objetivo de prevenir la COVID persistente, los expertos recomiendan protegerse para evitar contagios. Para ello, aconsejan tomar las medidas siguientes:
- Vacunarse.
- Usar mascarillas de calidad.
- Lavarse las manos frecuentemente con jabón o gel hidroalcohólico.
- Evitar estar con otras personas en espacios cerrados.
- Ventilar las estancias.
- Mantener la distancia de seguridad con otras personas.
- Someterse a pruebas rápidas y periódicas para detectar posibles contagios de COVID-19 e impedir la propagación del virus.
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